
Hay personas que cuando entran en una lucha no se rinden ante ninguna dificultad que se les presente, buscan rápida solución para no darse por vencidos y eso es lo que le pasó a Diego Pérez de Vargas en la batalla de Jerez.
En plena campaña de reconquista y poniendo como disculpa – por poner algo ya que en aquellos tiempos ir a pelearse con los moros era lo habitual – que los musulmanes se habían apoderado del castillo de Quesada, Fernando III decidió enviar una expedición de razia contra Andalucía, que en esos momentos obedecían al caudillo murciano Aben-Hut. Participaba en esta expedición su hijo Alfonso, niño todavía, por lo que al mando iba el magnate don Alvar Pérez de Castro y acompañando a éste, entre otros, los hermanos Diego y Garcí Pérez de Vargas.
Don Alvar decidió dirigirse hacia Córdoba y no dejaron cosa en su sitio, quemaron, destruyeron y saquearon todo lo que se les puso delante; llegados a Palma del Río la asaltaron y no dejaron a nadie con vida según dice la Crónica de Veinte reyes; luego siguieron hacia Sevilla, pasaron por delante de ella y llegaron a Jerez. Una algarada tan grande como esta no era normal verla en al-Andalus, por eso Aben-Hut hizo un llamamiento general a todos los musulmanes de sus dominios reuniendo un ejército varias veces superior al de los cristianos y levantó sus tiendas en un olivar entre los cristianos y Jerez. De saber lo que iba a ocurrir, creo que jamás hubiera escogido dicho lugar.
Después de haberse confesado con un clérigo los que pudieron, y unos con otros los que no lo tenían y tomándose tiempo todavía para nombrar caballero a Garcí Pérez de Vargas, por don Alvar, los cristianos formaron un único bloque muy conjuntado que se lanzó en tromba al ataque y a los gritos de Santiago y de Castilla, lograron abrir brecha en el bando enemigo.
La lucha fue tan violenta que Diego Pérez de Vargas se quedó sin armas al quebrarse su lanza y su espada, pero en el furor de la contienda, y ya metido en faena, desgajó de un olivo una gruesa rama y manejándola a guisa de porra descargó golpes a diestro y siniestro sembrando la muerte y el espanto, los que estaban más cerca, dejaron de pelear para observarlo y Alvar Pérez le repitió una y otra vez: “Así, así, Diego, machuca, machuca”
Llamáronle a Diego Pérez,
de Machuca el afamado;
de aquel día en adelante,
este renombre le han dado.
Efectivamente, a partir de entonces, y después del éxito de la batalla, se le concedió el derecho de usar el nombre de Machuca como apellido, a él y sus descendientes; y en su escudo figuró la rama de olivo.
Fue tan renombrado este hecho, que Cervantes lo saca a colación cuando a Don Quijote se le rompe la lanza al atacar a los molinos:
“Yo me acuerdo de haber leído que un caballero español, llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel día y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre Machuca. Hete dicho esto, porque la primera encina o roble que se me depare, pienso desgajar otro tronco, tal y tan bueno como aquel que me imagino, y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a verlas, y a ser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas”.
FUENTE: El rincón de Leodegundia
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